Khada Jhin, el Virtuoso
"El arte requiere cierta... crueldad".
I
Jhin es un meticuloso criminal psicópata que ve el asesinato como arte. Otrora prisionero jonio, fue liberado gracias a la influencia del sector más sombrío del consejo de Jonia. Ahora, el artista en serie trabaja como su asesino. Con su pistola como pincel, la obra de Jhin muestra un arte brutal, tanto para las víctimas como para los espectadores. Encuentra un cruel placer en la escenificación atroz, lo cual lo convierte en un candidato sin igual para mandar el más poderoso de los mensajes: el terror.
Durante años, las montañas al sur de Jonia sufrieron el acoso del "demonio dorado". A lo largo y ancho de la provincia de Zhyun, un monstruo masacraba a los viajeros y a veces incluso granjas enteras, dejando a su paso una retorcida exhibición de cadáveres. Se armaron milicias para peinar los bosques, las ciudades contrataron a cazadores de demonios y los maestros Wuju patrullaban las calles, pero nada frenaba la obra de la bestia.
El consejo de Zhyun, desesperado, envió una petición de ayuda al gran maestro Kusho. Tras oír los apuros en los que se encontraba su región, Kusho fingió poner una excusa y denegar la petición de ayuda. Pero pasada una semana, el maestro, su hijo Shen y su aprendiz estrella Zed se dirigieron a la provincia, haciéndose pasar por mercaderes. Visitaron en secreto a las incontables familias que habían quedado emocionalmente destrozadas, analizaron minuciosamente las escenas del crimen, y buscaron posibles conexiones o patrones en los asesinatos.
La investigación les llevó cuatro largos años, y los tres dejaron de ser los mismos. La famosa melena roja de Kusho se volvió blanca; Shen, cuyo ingenio y humor eran bien conocidos, se volvió taciturno; y Zed, la estrella más prometedora del templo de Kusho, comenzó a tener problemas con sus estudios. Cuando encontraron un patrón en los asesinatos, la declaración del gran maestro fue: "El bien y el mal no son verdades absolutas. Ambos nacen del hombre, y cada uno ve las sombras de un modo distinto".
La captura del "demonio dorado", representada en varios poemas épicos, fue la última gran hazaña en la ilustre carrera del maestro Kusho. Durante la víspera del Festival Floral, celebrado en el paso de Jyom, Kusho se disfrazó como un maestro calígrafo para pasar desapercibido entre el resto de artistas invitados. Y después, esperó. Todo el mundo asumía que solo un espíritu perverso podría ser capaz de cometer semejantes atrocidades, pero Kusho sabía que se trataba de un hombre corriente. El renombrado "demonio dorado" no era más que un mero tramoyista que trabajaba en los teatros ambulantes de Zhyun y en las óperas bajo el nombre de Khada Jhin.
Cuando capturaron a Jhin, el joven Zed se dispuso a acabar con la vida del hombre, encogido de miedo, pero su maestro se lo impidió. A pesar del horror de las acciones de Jhin, el legendario maestro decidió que el asesino debía ser llevado vivo y encarcelado en la prisión de Tuula. A pesar de su desacuerdo, Shen aceptó el juicio de su padre. Zed no logró librarse de los horrores que había presenciado, y fue incapaz de comprender o aceptar su piedad; se dice que el resentimiento comenzó a aflorar en su corazón.
El tímido y educado Khada Jhin no reveló gran cosa sobre sí mismo durante sus años de reclusión en Tuula; incluso su nombre real siguió siendo un misterio. Durante ese tiempo, los monjes se percataron de que era un alumno excelente en varios ámbitos como la forja, la poesía y el baile. No obstante, ni ellos ni los guardias consiguieron averiguar el modo de eliminar sus mórbidas fascinaciones.
Fuera de la cárcel, la agitación se instaló en Jonia debido a la invasión del imperio Noxiano. La guerra cambió a la tranquila nación, y se acrecentó el ansia de sangre. La paz y el equilibrio que el maestro Kusho había luchado por proteger se quebraron desde dentro en el momento en que corazones teñidos de oscuridad se hicieron con el poder y se formaron alianzas secretas que competían por ganar influencia. Desesperados por igualar el poder de los ninjas y los espadachines Wuju, algunos de los miembros del consejo conspiraron para liberar en secreto a Jhin y convertirlo en un arma del terror.
La magnitud de las "representaciones" de Jhin creció desmesuradamente, pues ahora tenía acceso a las nuevas armas del Kashuri y fondos casi ilimitados. Su obra sembró el pánico en varios dignatarios y también en la política clandestina jonia. Sin embargo, ¿cuanto tiempo aguantaría un asesino en serie sediento de atención trabajando desde las sombras?
II
El arma que sostenía en su mano era una simple herramienta. Eso sí, creada a la perfección. Las incrustaciones de oro en metal verde negruzco mostraban el nombre de quien la había forjado, una muestra del orgullo de su creador. El arma no seguía el modelo de Piltover; aquellos horteras hacían que funcionasen con la poca magia, ridículamente escasa, de aquellas tierras. Esta pistola había sido forjara por las manos de un verdadero maestro. La magia latía en su corazón de bronce jonio.
Limpió la culata por cuarta vez. No estaba seguro de si estaba limpia hasta que lo hacía cuatro veces. Daba igual que no la hubiera usado. Daba igual que solo fuera a guardarla en la bolsa, bajo su cama. No podía guardarla hasta que estuviera limpia. Y para estar seguro de que estaba limpia, tenía que hacerlo cuatro veces. Entonces estaba limpia. Cuatro veces, y estaba limpia.
Ahora sí, estaba limpia y era maravillosa. Sus nuevos mecenas habían sido muy generosos. ¿Pero acaso los mayores artistas no merecían los mejores pinceles?
Comparadas con la precisión y la escala de su nuevo aparato, las obras previas de Jhin parecían insignificantes. Le llevó semanas de estudio comprender el funcionamiento de las armas de fuego, y para evolucionar su técnica (que previamente requería de una espada) necesitó meses de práctica.
Era una pistola de cuatro disparos. Cada bala estaba impregnada de energía mágica. Cada bala era tan perfecta como la hoja de un monje de Lassilan. Cada bala era la pintura que hacía fluir su arte. Cada bala era en sí una obra maestra. No solo desgarraba el cuerpo; lo reorganizaba.
Y durante su ensayo en la aldea del molino, quedó demostrado el potencial del arma. Sus nuevos mecenas se habían mostrado complacidos con la reacción que había generado su obra.
Ya había terminado de pulirla, pero al sostenerla en su mano la tentación era demasiado grande. Sabía que no debería hacerlo, pero desenvolvió el traje negro de piel de anguila. Introdujo los dedos de su mano izquierda en ella y los deslizó por la superficie resbaladiza de aquella pieza de vestir. Al sentir el tacto aceitoso de aquella piel, se le aceleró la respiración. Sacó la máscara de cuero y, totalmente incapaz de reprimirse, la deslizó con suavidad por su cara. Cubría su boca y su ojo derecho. Limitaba su respiración y eliminaba su percepción de la distancia...
Irresistible.
Cuando se estaba poniendo las hombreras, sonaron las campanas que había ocultado en los escalones que llevaban a su habitación. Se apresuró en guardar el arma y quitarse la máscara.
"¿Hola?", preguntó la mujer desde el otro lado de la puerta. Su voz tenía un deje que apuntaba a su crianza en una ciudad del sur.
"¿Has echo lo que te he pedido?", inquirió.
"Sí, señor. Una linterna blanca cada cuatro metros. Una linterna roja cada dieciséis".
"Entonces ya puedo comenzar", dijo Khada Jhin, y abrió la puerta.
Al verlo, la mujer abrió los ojos como platos. Jhin era más que consciente de su aspecto. Normalmente sentía pinchazos de aversión a sí mismo, pero hoy era el día de la actuación.
En esta ocasión, Khada Jhin representaba una figura esbelta y elegante que se dirigía hacia la aldea con un bastón. Caminaba encorvado, y la capa parecía ocultar una deformidad en la espalda, pero sus zancadas desenvueltas lo disimulaban. El bastón marcaba enérgicamente el ritmo de sus pasos. El sonido era rítmico. Tres golpecitos, y después el cuarto. El oro centelleó, y la capa cayó de modo que sus joyas brillaron a la luz del sol.
"¿Qué... qué es eso?" preguntó la mujer, señalando la espalda de Jhin.
Jhin se detuvo un momento y estudió la cara angelical de la mujer. Era redonda, y perfectamente simétrica. Un diseño simple y predecible. Sería una máscara lamentable si se la quitara.
"Es para el crescendo, querida", respondió Jhin.
Desde la ventana de la posada, tenía una clara visión del resto de la ciudad, situado en el valle bajo él. Su actuación iba a ser fabulosa, pero aún quedaba mucho trabajo por hacer. El hombre del consejo iba a regresar por la tarde y, hasta el momento, los planes de Jhin para aquella noche carecían de... inspiración.
"Le he traído flores para la habitación", dijo la mujer.
Jhin podría haber mandado a otra persona que colocara las linternas. Pero no lo hizo. Podría haberse cambiado de ropa antes de abrir la puerta. Pero no lo hizo. Ahora, ella había visto a Khada Jhin en su máximo esplendor.
La inspiración que necesitaba era ahora más que obvia. Tan predestinada. Nunca hubo elección. Uno no puede escapar del arte.
Iba a regalarle a aquella mujer el don de una cara más... interesante.
III
El cerdo endulzado relucía en el caldo de cinco sabores. El aroma embelesaba a Shen, pero dejó su cuchara a un lado. Sonrió y asintió en señal de aprobación mientras la camarera se alejaba. La grasa aún tenía que fundirse en el caldo. La sopa era sin duda excelente, pero en unos instantes, el caldo estaría en su mejor momento. Paciencia.
Shen examinó el interior de la posada Risco Blanco. Decepcionantemente simple y ruda. Los madereros habían eliminado la corteza y las hojas vivas con maestría, solamente en los lugares necesarios.
La vela de su mesa titiló... de un modo extraño. Shen se apartó de la mesa y sacó las espadas ocultas bajo su capa.
"Tus estudiantes son tan silenciosos como una wórax embarazada", dijo Shen.
Zed entró en la posada. Iba solo, vestido como un mercader. Pasó rozando a la camarera, y se sentó a tres mesas de distancia de Shen. Cada fibra de su ser le exigía lanzarse a por su enemigo. Vengar a su padre. Pero ese no era el camino del crepúsculo. Shen se calmó, percatándose de que estaba demasiado lejos... pero por apenas unos centímetros.
Shen observó a Zed, esperando verlo sonreír. Pero en su lugar, Zed lanzó un suspiro. Su piel estaba amarillenta, y sus ojeras eran pliegues oscuros.
"He esperado cinco años", dijo Shen.
"¿He calculado mal la distancia?" El cansancio se reflejaba en la voz de Zed.
"Incluso si me cortas la cabeza, te alcanzará el impacto", aseguró Shen al mismo tiempo que retiraba el pie y lo aseguraba firmemente contra el suelo. Zed se encontraba exactamente a diez pasos y un centímetro de distancia.
"Tu camino está más cerca del mío. Los ideales de tu padre eran una debilidad. Jonia ya no podía permitírselo", añadió Zed. Se inclinó hacia atrás con su silla, casi rozando el rango con el que Shen podría asestar un golpe mortal. "Sé que no está en mi mano conseguir que lo entiendas. Pero te ofreceré la posibilidad de vengarte".
"No es venganza lo que busco. Eres una amenaza para el equilibrio. Por ese motivo, estás condenado" respondió Shen, moviéndose un milímetro hacia el final de la silla.
"El demonio dorado ha escapado", declaró Zed.
"Imposible". Pero Shen sintió que un vacío anidaba en su pecho.
"La mayor victoria de tu padre. Y ahora, una vez más, su estúpida piedad mancilla su legado". Zed sacudió la cabeza. "Sabes perfectamente de lo que es capaz esa.. cosa". Entonces se inclinó hacia delante, totalmente dentro del rango de Shen, exponiendo el cuello intencionalmente. "Y sabes que somos los dos únicos capaces de acercarnos a él lo suficiente como para detenerlo", concluyó.
Shen recordó la primera vez que vio el cuerpo de alguien asesinado por Khada Jhin. Un escalofrío le recorrió la piel, y su mandíbula se tensó. Solamente su padre habría tenido la fuerza suficiente para creer en una justicia piadosa. Ese día cambió algo en el interior de Shen. Y en Zed, algo se rompió.
Aquel monstruo había regresado.
Shen puso las espadas sobre la mesa. Su mirada descendió hacia el perfecto bol de sopa, justo delante de él. Pequeñas gotas de la grasa del cerdo brillaban en la superficie, pero había perdido el apetito.
IV
Zed seguía sin dar señales. Decepcionante. Muy decepcionante. Seguro que había ido en busca de su antiguo amigo. Seguramente Zed estuviera oculto, vigilando. Jhin tendría que andar con cuidado.
Desde el muelle, se giró para ver el navío extranjero. La marea estaba subiendo, y el barco no tardaría en zarpar. Si quería actuar en Zaun el mes siguiente, tendría que volver pronto. Un riesgo tras otro.
Se detuvo para contemplar su reflejo en un charco. Desde el agua, un mercader de edad avanzada le devolvió la mirada. Tras años de práctica y entrenamiento marcial, había ganado un control absoluto de sus músculos faciales. Era una cara común, y le confirió una expresión ordinaria. En su camino hacia la colina, Jhin se mezcló fácilmente entre la muchedumbre.
Elevó la vista y midió la distancia mediante las linternas. Las necesitaría si Zed hacía acto de presencia. Ya de vuelta en la posada de la colina, observó los tiestos en los que había colocado trampas. Hojas de acero afiladas, como si de flores se trataran. Si algo salía mal, estas protegerían su ruta de escape.
Imaginó cómo el metal trocearía a la multitud y salpicaría las pareces del edificio de un rojo intenso. Era tentador.
Mientras se abría paso entre el gentío, vio a Shen hablando con el regidor de la ciudad.
"¿Por qué iba el demonio a atacarlos, a ella o a los miembros del consejo?", preguntó.
Shen, ataviado con su conjunto azul, no respondió.
Otra Kinkou, una joven llamada Akali, acompañaba a Shen. Y se dispuso a cruzar el umbral de la posada.
"No", declaró Shen a la vez que le bloqueaba el paso.
"¿Qué te hace pensar que no estoy preparada?" preguntó Akali, molesta.
"A tu edad, yo no lo estaba".
En aquel momento, uno de los guardias llegó a trompicones, con el rostro pálido.
"Su carne... estaba toda... toda..." balbuceó. Avanzó un par de pasos más, y cayó al suelo conmocionado.
"La ha visto. ¡Ha visto la flor!" Apoyado contra la pared más lejana, el propietario de la taberna soltó una carcajada. Y entonces, la locura tiñó su rostro.
Aquellas personas jamás olvidarían la obra de Khada Jhin.
Shen escudriñó los rostros de los curiosos.
Chico listo, pensó Jhin, y se fundió entre el gentío de nuevo.
Se cercioró de que Zed no estuviera por los tejados en su camino de vuelta al navío.
El trabajo era ineludible. Tanto juntos como por separado, Zed y Shen seguirían las pistas que les había dejado. Lo seguirían hasta el festival floral. De nuevo en el paso de Jyom. Y cuando estuvieran desesperados, tendrían que trabajar juntos de nuevo.
Sería como cuando eran jóvenes. El miedo y la admiración los uniría de nuevo.
Solo entonces el gran Khada Jhin se revelaría...
Y su verdadera obra maestra daría comienzo.
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